Ayer saltó la noticia de que uno de los coches autónomos de Google,
esos que se conducen ellos solos sin la acción de una persona, causó
una colisión múltiple cerca de la sede central de su empresa. Alarmados
todos por lo que podría ser una rebelión de las máquinas o, siendo menos
peliculeros, un fallo en el sistema (aunque dicho así también queda un
poco de serie B), luego supimos que el golpe se lo había dado el robocoche, sí, pero mientras era conducido por un ser humano.
Nos quedamos sin noticia, chicos. Sin embargo, surge la necesaria reflexión sobre cómo se dirimirán las responsabilidades en un hipotético siniestro
(o, sin llegar a tanto, una infracción cualquiera) en que se vea
implicado un vehículo sin conductor, algo que, al paso que vamos, antes o
después sucederá.
Al final, todos somos humanos y todos erramos, incluso
aquellos que programan las instrucciones que permiten la conducción
autónoma. Sí, en Google también hay seres humanos. (…) La cuestión está
no tanto en la filosofía de delegar, que ya lo hacemos, sino en una
cuestión de cuota, y la pregunta es esta: ¿Dónde hay que situar el
límite del poder de decisión de la máquina?
¿Cuál es la dimensión del asunto? Desde luego, Google no es la única
entidad que anda tras el invento del coche autónomo ni mucho menos la
primera. La idea del coche sin conductor se remonta a
1939, y desde entonces ha habido universidades, fabricantes y gobiernos
trabajando en esta dirección. El ahora estancado proyecto Eureka
Prometeo, de la Comisión Europea, o las pruebas de marcas como
Volkswagen son sólo un par de ejemplos de esta carrera por el vehículo
autónomo, aunque es Google quien más avanzada tiene la posibilidad de
lanzar verdaderos auto-automóviles a la calle.
A finales de junio, el gigante de internet consiguió en Nevada la promesa de que tendría su permiso estatal para circular por vías abiertas al tráfico
con estos vehículos automatizados. Y como en California, estado
limítrofe con Nevada donde se halla la sede de la empresa, ni siquiera
necesitan un permiso especial, hace ya tiempo que los coches de Google
van tirando millas de un lado a otro, mejorando sus algoritmos para
conseguir un coche capaz de circular sin la acción de un conductor.
Ahora, este golpe en el que han resultado implicados cinco vehículos, que ya es, devuelve a un primer plano la cuestión de la responsabilidad de la máquina
aunque sólo sea por el artefacto que lo ha protagonizado. Sí, Google
asegura que ellos apuestan por la seguridad y, de hecho, que el golpe
haya sido ocasionado por un ser humano les refuerza en su apuesta por
evitar los siniestros gracias a la infalibilidad de las máquinas. Pero,
¿y si las máquinas fallan?
Sin duda van a ser necesarios acuerdos multilaterales que impliquen,
evidentemente, a fabricantes y a gobiernos, pero también a aseguradoras e
incluso a clubes de automovilistas, que algo tendrán que decir en esta
revolución de la movilidad, creo yo. Y cuanto antes se marquen los caminos, mucho mejor, que la ciencia avanza que es una barbaridad y en cambio las cuestiones legales son pesadas de mover.
Por muy gigantesca que sea, una empresa no tiene capacidad para responder de los daños
que causa anualmente la siniestralidad vial, así que antes de que esto
vaya a más se hace necesaria una reforma de todo lo que legalmente
supone el manejo de un vehículo, por mucho que ahora los experimentos de
la conducción automatizada se estén realizando, lógicamente, bajo la
supervisión de un conductor de carne y hueso. No es ponerse la venda
antes que la herida: es puro sentido de la previsión.
Mary Ward fue la primera víctima del asfalto cuando
las calles aún eran de tierra y el automóvil, de vapor. Bridget Driscoll
fue la primera persona atropellada por un vehículo de motor de
combustión interna. Y Henry Lindfield fue el primer conductor fallecido
como consecuencia de un choque. En esta era nuestra de cambios
tecnológicos impensables hace tres o cuatro décadas, ¿habrá que añadir
un nuevo nombre a este extraño… palmarés de la siniestralidad vial? En Google creen que no, pero… ¿y si se están equivocando?